Aquellas pequeñas cosas



Cuando era chica todos los domingos iba a la casa de mi abuela a almorzar fideos. Era una fija: no iba otro día y el menú era siempre el mismo. El juego era succionar el fideo con fruición, acariciar lentamente con la lengua su delicada textura, que el fideo se deslizara hasta el interior de la boca empapando los labios con el tuco que se resbalaba hasta las comisuras y caía inexorablemente en el mantel o en la remera que llevabas puesta. Solo bastaba que algún primo buchoneara el incidente y el juego se acababa al instante con el grito de un adulto.
Hoy volví otra vez a esa infancia, a la parte divertida, a salpicarme la cara con salsa sin que nadie me retara, a manchar toda la mesa sin que ningún adulto me censurara, y como estoy más grandecita pude hacer todo eso sin mancharme la remera. ¡Menos mal! Porque todavía no aprendí a usar el lavarropas.

2 comentarios:

  1. jajaja! Y el resto de la gente hacía lo mismo! Eso algo normal en ZZ :) Ana

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  2. Totaaaaaalmente!! Me sentí acompañada ;)

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