Make a wish...

Llega fin de año y la pregunta que más escucho es: "¿Cuás es tu resolución para el 2012?"
Nunca tuve una "New Year's resolution", soy más bien una chica de "balances". Hasta no hace tanto llevaba un diario íntimo en el que anotaba casi todos los días alguna pavadita. Todos los "fin de año" leía cómo habían sido mis últimos doce meses y escribía en base a eso lo que me había gustado, lo que no y lo que esperaba de los próximos. Siempre me sorprendía la cantidad de aciertos que encontraba, muchos más de los que recordaba al momento de hacer el recuento de lo que había sido mi vida anual. Cuando era chica guardaba en un papelito mis proyectos para el año venidero y lo abría recién la primera semana del siguiente enero. Lo debo haber hecho por dos años nomás, porque en seguida me di cuenta de que no funcionaba ya que mis deseos, mis proyectos, mis expectativas cambiaban de un mes a otro. Era lógico: estaba creciendo, y se notaba. Empecé a hacerlo cada seis meses, hasta que noté que eso tampoco iba, entonces opté por añadir el diario como para registrar esos cambios que se me perdían en algunos de los 364 días anteriores. Aprendí más de mí con mis diarios que en mis interminables sesiones de terapia.
Los últimos fines de años decidí incorporar además algunas costumbres típicas de este período del año. Independientemente de mi fascinación por las cosas mágicas e inexplicables, hay tradiciones que me gusta cumplirlas solo por el hecho de que al hacerlo se comparte momentáneamente la locura: que una amiga te regale una prenda íntima para que uses en nochebuena, comer las 12 uvas a las doce en punto, brindar arriba de una silla (y bajarse sin caerse!), brindar mirando a los ojos, brindar y pedir un deseo, brindar, brindar, brindar...
Todos los 31 de diciembre, en mis cumpleaños y en cuanta ocasión se me presenta pido tres deseos. Nunca sé cuándo deben pedirse los tres y cuándo se pide solo uno. Sé que hay reglas para eso pero nunca las cumplo (por las dudas me quede corta). Además siempre tengo más de un deseo, más de tres en verdad, así que seleccionarlos también me lleva un tiempo de reflexión (salvo el tercero que siempre fue "que se cumplan los otros dos"). Gracias al meticuloso registro que llevo de mi vida, pude constatar que no se me cumplió nunca jamás ni un puto deseo de los que pedí levantando la copa, mirando a los ojos, cerrando fuerte los ojos, soplando las velitas, viendo pasar una estrella fugaz, comiendo las 12 uvas, etc. Desolador. Atribuía el incumplimiento a la vaguedad del pedido, por ejemplo "viajar". ¿Viajar a dónde, con quién, con qué propósito, por qué, para qué? Mar del Plata, Bariloche, esos destinos no contaban dentro de los deseos cumplidos ya que mi "viajar" implicaba otro tipo de aventura, otro rumbo. Eso lo sabía.
En el 2009 tuve una revelación: Brasil era mi destino. Empecé entonces a planear la travesía de a poco, con tiempo, a estudiar portugués, a hacer contactos, a buscar lugares, a mandar CV's, se dieron casualidades, encuentros y desencuentros, y el deseo se concretó: quiero viajar a Brasil. Todo parecía encaminadísimo, y la fecha que me había puesto era mayo 2011. Estaba feliz, "¡por fin un deseo que se me cumple!", los astros estaban de mi lado, el universo finalmente me había escuchado. Ja. Me acuerdo patente de una frase que le escuché decir hace siglos a Bobby Flores en la radio: "Si quieres hacer reír a dios, cuéntale tus planes". Es obvio, uno tiene un plan de vida pero la vida tiene sus propios planes.
Dos meses antes de viajar todo se cayó. "Todo pasa por algo" me decían. Me cago en todo pensaba, otro deseo de mierda que no se me da.
Mi último cumpleaños, dolida por la tremenda desilusión, pedí un único deseo. Fue intenso, sincero, despojado de falsas expectativas, salió de mis entrañas, y fue el más (im)preciso de todos los que había pedido hasta entonces: "que la vida me sorprenda... para bien". Tres meses después, casi sin que me diera cuenta, me vi envuelta en la vorágine de desarmar el departamento, correr entre médicos, embajadas, visa, semanas sin dormir, incertidumbre, despedidas, llantos, risas, promesas, y la sorpresa de ver cumplirse mi primer deseo.
Esta noche cuando brinde y coma las 12 uvas y me caiga de la silla y me levante a las carcajadas voy a pedir que (como hasta ahora) la magia me envuelva, la risa me ahogue, los sueños me desvelen, los abrazos me perfumen, mi vista se deslumbre, la música me hechice, mis sentidos estallen, la sorpresa me atraviese, mis lágrimas den frutos; y un deseo más, que saldrá de adentro mío y que tengo la certeza de que este año se cumplirá. Porque ahora sé que cuando el deseo es verdadero, su cumplimiento es azarosamente inevitable.
¡SALUD!

El sonido del silencio

Me gusta el ruido, lo encuentro extrañamente arrullador. Durante un tiempo solía poner la 'lluvia' que se escucha entre una radio y otra para dormirme. La música no me funciona ya que empiezo a cantarla, me desconcentro y pierdo el sueño. En cambio el ruido es algo imprevisto, difícil de seguir, casi imposible de prever, simplemente ocurre. Necesito algún tipo de ruido para dormir. Mis últimos seis años los viví en una de las zonas más ruidosas de la ciudad; me han adormecido ambulancias, bocinazos, conjestionamientos, protestas, patrulleros y hasta tres autobombas que pararon enfrente de mi edificio para apagar un incendio (del cual me enteré cuando salí a tomar "aire" al balcón). Todo tipo de arrullo para mis delicados oídos. Curiosamente, los domingos solía despertarme por el silencio o por el molesto e inoportuno canto de los pájaros. Odio el canto de los pájaros, con su armonía perfecta y su dulzura empalagosa. Cuando empiezan a cantar saldría con una gomera a matarlos a todos. ¡No me dejan dormir!
Mis primeras semanas aquí me costó conciliar el sueño. A pesar de que las calles son inverosímilmente caóticas, los edificios están construidos de tal forma que están aislados del ruido. Ni una bocinita, ni una ambulancia, mucho menos protestas: solo silencio. Desesperante. Pero el otro día ocurrió algo que me despabiló, un ruido imprevisto que me despertó y me mantuvo desvelada intentando reconocerlo, un sonido lejanamente familiar y a la vez extraño. Lo primero que atiné a pensar entre sueños fue "¿Dónde mierda estoy?" (pregunta que se sigue repitiendo al menos una vez por semana). Sin abrir los ojos toqué a mi alrededor: estoy en una cama. El ruido persistía y mi duda se incrementaba. Encendí la luz y manoteé mis anteojos como pude: eran las 5 am. Me sentí relativamente aliviada al percatarme de que el sonido provenía de afuera, y en cuanto volvió el silencio apagué la luz y sumergí mi cabeza en la almohada. Ni dos minutos deben haber pasado que lo escuché nuevamente, y esta vez lo reconocí: a un desubicado, infeliz, desgraciado, insensato, desafortunado y malaventurado gallo se le había dado por cantar a las cinco de la mañana en el centro de la capital de la ciudad más poblada de China. ¿Un gallo? Sí, un gallo al que se le había ocurrido quiquiriquear en el medio de un complejo edilicio. Mascotas raras si las hay... Más que con una gomera me dieron ganas de salir con un cuchillo y hacerlo puchero o salpicón, pero desistí. En el fondo sentí algo de pena, ya que seguramente la cacerola sea uno de los tantos destinos que el pobre infeliz debe compartir junto con sus también desdichadas concubinas.

No volví a escucharlo.
QEPD.

en mí

Plaza de Mayo, el cielo azul, las nubes blancas con formas locas, la música en la calle, las librerías de Corrientes, la 9 de Julio, los adoquines de San Telmo, la cerveza helada, los helados, Avenida de Mayo, las carcajadas, los gritos, los silencios, los insultos, las alegrías y los llantos, la nostalgia, los abrazos, el amor infinito de/a mi vieja, Tali, mis amigas, mis amigos, las cúpulas de los edificios, los bondis de vuelta a las 7 de la mañana, las ojeras, los taxistas, el tango, los chicos pidiendo en la calle, los teatros, las empanadas, los mates compartidos, los bizcochitos y las medialunas, un buen tinto, el baile, la caca de perro, las veredas, el Congreso desde mi balcón, los pungas, los chorros, los piropos, los paseos en bici por la costanera, el sándwich de bondiola, el choripán, mi música, los ensayos, las funciones, el Colón y el Argentino, el 60, mi terapia, la radio, el fernet, el 24 de marzo, los piquetes, las marchas, los kioscos abiertos toda la noche, el alfajor, mi idioma, el doble sentido, los chabones, el chamuyo, las minitas, los garcas, el café, la madrugada, el ruido de los autos, los boludos, Once, la pizza de Burgio, los cartoneros, las quejas, los grafitis, los hijos de mis amigos, mi amigas mamás, Bariloche, las sesiones de fotos, las vueltas a la plaza, el living de Liu, falta envido y truco, los pequeños grandes logros, remarla, el desenfreno, las contradicciones, en fin... el brillo de mis ojos y todo lo que soy y que perfuma mi piel dondequiera que vaya.

La fruta prohibida

Después de comer nos quedamos un rato largo haciendo la consabida y siempre bien ponderada sobremesa dominguera, algo totalmente desconocido por estos lares. Una vez un alumno (no recuerdo de dónde) me dijo que no conocía la palabra en su idioma para "ojeras", y que en Buenos Aires la había aprendido al poco tiempo de haber llegado (según él, los porteños somos trasnochadores y portadores de suculentas "ojeras"). Creo yo que no debe existir en chino la palabra "sobremesa": los chinos no hacen sobremesa, cuando terminan de comer (apuradísimos) se echan a dormir una siestita ahí donde están o se levantan y se van. No hay espacio para la charla boba o reflexión alguna: si el propósito es ir a comer, después de comer no hay nada más que hacer allí. Ajenos a esta costumbre, nos quedamos (por lo menos) una horita más digiriendo lo que había sido nuestro almuerzo. A falta de café, algunos pidieron té. Y yo, desafiante, pedí una manzana. El pánico y la sorpresa se apoderaron de la camarera:
-¿Té de manzana?
-No, una manzana.
-¿Jugo de manzana?
-No, no, una manzana.
-¿Licuado de manzana?
-No, no, no, una manzana.
Desconcierto. Asombro. Estupor. La cara se le iba transformando. Lo que le estaba pidiendo no podía ser real. Arremetió otra vez, segura de que había habido algún error en la comunicación:
-¿Té de manzana? ¿Jugo de manzana? ¿Licuado de manzana?
-No, no, no, no, una manzana!
Pasmada, fue a pedir ayuda. El encargado del local y otras dos camareras se acercaron:
-Quiero una manzana.
Se miraron. No daban crédito a lo que sus oídos escuchaban.
-¿Té de manzana? ¿Jugo de manzana? ¿Licuado de manzana?
-NO, UNA MANZANA!!!
Desde mi total y absoluta ignorancia acerca de esta increíble cultura, a veces pienso que no importa cuán rápido y lejos puedan llegar, el lugar de destino es el mismo; las comunicaciones podrán haberse desarrollado infinitamente, pero el mensaje sigue siendo el de siempre. Y en muchos aspectos salirse de lo establecido es visto como algo osado, sorprendente, sorpresivo, transgresor, peligroso, provocativo.
-¿Una manzana?
-Sí, por favor.
-...
-Y un cuchillo.
Tres pares de ojos chinos se abrieron tan grandes como los del animé.
-¿Quiere la manzana cortada?
-No, gracias. Quiero una manzana y un cuchillo.
Bastante difícil me había resultado pedir la manzana, así que opté por ni intentar decirle que la quería pelada. Con un cuchillo me las iba a poder arreglar yo solita. Así pues, azorados, se retiraron balbuceando vaya uno a saber qué. La revolución que causó mi pedido se extendió al resto de los comensales, que cogoteaban para ver quién había hecho semejante encargo. De la ventanita que daba a la cocina se asomó el chef, y el encargado y las camareras discutieron algo con él. Terminada la asamblea, la camarera escogió con esmero la mejor manzana que tenía en la frutera, me trajo un platito, lo apoyó en la mesa, puso sobre él la manzana y luego, con cuidado y con temor, tomó de su bandeja la cuchilla afiladísima de unos ¿30 cm? que el cocinero le había dado. Nos miramos asombradas. Ella, curiosa, quería saber qué iba a hacer yo con el cuchillo; yo, estupefacta, me preguntaba cómo iba a pelar la manzana sin rebanarme los dedos. Eva y la serpiente en un Edén bastante particular, y el pecado de la transgresión a punto de cometerse.
Finalmente pude pelar la manzana sin mayores inconvenientes, pero aprendí que para evitar ciertos riesgos en lugares públicos algunas frutas (me) están prohibidas.

Smells like teen spirit

La llegada del frío trae nuevos productos a las góndolas de los supermercados, como calentadores eléctricos (para ambientes, espalda, cuello, pies, etc.) y otras cosas para pasar el crudo invierno. Lamentablemente, también salen de circulación artículos de primera necesidad: desodorantes antitranspirantes. Como ya de por sí son difíciles de encontrar, me vengo proveyendo de unos cuantos roll-on desde hace rato, pero en mi afán de continuar con mi stock noté la falta absoluta de ellos. Pregunté el motivo, me asombró la respuesta. "En invierno se transpira poco, se usa mucha ropa y el olor no se siente... ¡No es necesario!"
Supongo que el frío no solo congela narices, sino que también las vuelve poco perceptivas. Al menos eso espero.

108 minutos

Lo primero que inspecciono de una casa, bar, restaurante o lo que sea es el baño. Me gustan los baños, siempre me gustaron. Podría elegir un sitio para vivir solo por su baño. Me he quedado dormida innumerable cantidad de veces en los baños. Creo que hasta podría vivir en un baño. Es el lugar más íntimo, más privado, más cenobita, en el que he hecho las más profundas reflexiones, las más absurdas promesas y las más ridículas confesiones. Amo los baños.
China ha cambiado algunos de mis gustos (o al menos los ha modificado); entre ellos, he perdido mi amor incondicional por los baños. Ahora solo me limito a hacer uso de las (inmundas) letrinas e intento permanecer el menor tiempo posible en los que son públicos. No más promesas, ni confesiones ni reflexiones: solo pis.
Como para revalidar esta nueva posición mía hacia el tocador, el último fin de semana me vi envuelta en la que hasta ahora fue mi desventura más infeliz en tierra oriental: me quedé encerrada en el sucio y maloliente baño de un pub.
Para poder continuar con los festejos que se venían desarrollando, me vi en la necesidad de hacerle una visita obligada. Me dirigí pues con premura al único cubículo disponible, cerré la puerta, puse la traba, me subí la pollera, me bajé las medias, me acuclillé y, dominando mi chorrito, liberé mi vejiga para nuevas bebidas. Todo en apenas unos pocos segundos. Terminado el trámite, procedí a deshacer lo hecho: me paré, me subí las medias, me bajé la pollera, y hasta ahí: la traba no se movía, no había forma de abrir la puerta. Desesperación, "esto no me puede estar pasando", tomé aire, "tengo que tranquilizarme", cerré los ojos, "no pasa nada", respiré hondo, "fue solo mi torpeza por salir rápido", tosí, "ay ay ay...", tuve un par de arcadas, "con suavidad", intenté otra vez correr la traba, "la reputa madre". No se movía ni un milímetro. "¿Y ahora?"
Grité, golpeé las paredes, pataleé, lloré, volví a gritar. Lo único que se escuchaba era la música del bar. "¿¡Y AHORA!?"
Me saqué mis coquetos aros, como si con ellos pudiera fabricar un destornillador que me permitiera aflojar la traba. Imposible. Medí a ojo las minúsculas aberturas existentes entre la puerta y el marco: apenas pasaría un cuchillo, pero sin el mango. Toqué sin asco y sin suerte todo lo que podía tocar. Nada.
¿Dónde conseguir en China un cerrajero a las 3 de la mañana? ¿Cómo llamarlo? ¿Cómo destrabar la puta traba que no se movía? ¿Con qué limar el metal de mierda? ¿Cómo hacen los presos para escapar? ¡¿Cuál fue mi delito?!
Analicé posibles situaciones, escenarios alternativos, vi pasar mi vida entera en ese cuchitril apestoso, claustrofóbica, viviendo la peor de las pesadillas, reflexionando sobre el porqué de mi mala fortuna, prometiéndome imposibles y confesándome más cagona y melodramática de lo que me pensaba. Creo que si hubiera podido, habría empezado a fumar, a drogarme, a picarme, la escena de Trainspotting pero en una letrina. Patético. Patética.
El tiempo que pasó hasta que otra vejiga estuvo a punto de reventar para mí fue eterno. Pero finalmente la salvación había llegado. Del otro lado alguien escuchó mis gritos, mi pedido de auxilio, y fue a buscar ayuda. En poco tiempo chinos y occidentales se acercaron a ver/escuchar el show, intentaron inútilmente abrirla, mi desesperación no cedía pero el alivio de saberla compartida me hacía sentir un poco mejor, ya no estaba sola, alguien estaba al tanto de mi misérrima existencia, de mi agonía.
Pedí un cuchillo, un cerrajero, un milagro. Y entonces del otro lado de la puerta lo escuché a J., en su perfecto inglés británico, decir: "Push the button".
"Push the button".
"Push the button".
Entendí todo.
"Push the button". Me acordé de Lost, me sentí "lost" (in translation), Dharma y Desmond, the Swan Station, Jack, Locke, Kate, Sawyer, Sayid, Ben, el campo electromagnético, el humo negro, los viajes en el tiempo, "the incident", el éxodo. Entonces eso hice, I pushed the button, ese minúsculo botoncito de mierda sobre la traba, lo único que no se me había ocurrido presionar, y la puerta se abrió y un mar de brazos se lanzaron sobre mí y yo sobre ellos y entre risas y lágrimas nos abrazamos y me invitaron un trago para olvidar el mal trago, y nos fuimos a otra dimensión sin trabas en las puertas de los baños, imaginando un paraíso de impolutos inodoros y música ambiental en una isla desierta.

Mi secreto me condena

La vi. Fui testigo de una traición, de (casi) un crimen. La sorpresa nubló por un instante mis sentidos, mis ojos no daban crédito a lo que estaba viendo. No supe si escapar o seguir mirando. Mis miembros se paralizaron, quedé boquiabierta, sentí un leve escalofrío recorriéndome la espalda, la certeza de haber visto algo que cambiaría nuestras vidas para siempre. El antes y el después, la amargura de saber que ya nada sería igual después de esto. Un mundo de creencias que se desvanecía y yo ahí para presenciarlo. Hubiera preferido no enterarme, seguir viviendo en mi fantasía y defender hasta las últimas consecuencias lo que parecía ser la raíz misma de la vida, la esencia en su forma más pura, el Dasein chino.
Pero no pudo ser, ya nunca podrá ser. Y ahora que lo sé yo también soy otra.
En un rincón oscuro, oculta, ajena a cualquier mirada, una mujer desafiando tradiciones, humillando a sus ancestros, a sus semejantes, años de educación impartida, valores arraigados desde el mismísimo origen se escurrían entre sus sucias manos, llenas de oprobio y vergüenza. Allí, como si los siglos y la historia nunca la hubieran atravesado, una china dejó de lado los palitos para comer con cubiertos.

Midnight in Beijing

Sanlitun es una calle de bares muy palermitanos pero al mejor estilo chino: luces intermitentes de colores adornando los árboles, bares iluminados y decorados excesivamente, regateo a la orden del día por el precio de un trago, gente sentada fumando en pipas de agua y cantando karaoke y un imitador de Michael Jackson y bailarinas que se lucen en el caño compartiendo SIMULTÁNEAMENTE el escenario.
En busca de más extravangia (¿más?) caminé y caminé y caminé hasta que la encontré: en medio de toda esa pantalla luminosa, emergía oscura, escondida, esperándome, una callecita remota, perdida, sin luces ni tiempo, que me llevó a otra dimensión. A pocos metros de la calle más top, había otra muy china también, llena de puestos para comer, gente sentada en pseudomesas devorando misteriosas delicatessen, mojitos preparados con menta prefabricada, vendedores de globos, cigarrillos truchos y habanos, bares occidentalizados y chinos y "westerns" compartiendo el mismo espacio.
Tuve la sensación de trasladarme a otro lugar, a otro tiempo, a otro mundo. Como si de un chetísimo Palermo Hollywood apareciera de repente en el medio de un Liniers con mujeres vendiendo chicharrón de pollo, especias, legumbres, comida para animales, cosas así. Y hubo algo de esa simetría que me cautivó, el vértigo de empaparme de paradojas y deseos, el salto a un infinito anestesiado por salsa de soja y aceite de maní, la más pura poesía emanando del humo del tabaco y toda mi nostalgia porteña colonizada por un imperio de sentidos. (¿Quién era yo? ¿qué estaba haciendo ahí?).
Volví la última noche (si es que en algún momento me fui). Los detalles me los guardaré, y me bastará escribir -para recordarlos- que de los tantos universos que se cruzan, hubo uno en el que confluyeron historias siniestras, miradas curiosas, un norte y un sur, y unas distancias semejantes a un tiempo sin tiempo. Y que nada es casual.
"A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos".
(Pero ¿cuál es la realidad?)

Seminaked trip

Luego de lo que fue la locura de mis últimas semanas en Buenos Aires, y decidida a no volver a repetir esa experiencia, decidí armar el bolsito de viaje unos días antes de salir a Beijing. Quería inaugurar mi nueva "yo", empezar a ser organizada, dejar de correr y llegar siempre tarde, pero el universo se empeñó en demostrarme que no importa a dónde vaya, uno es lo que es en cualquier parte del mundo y alterar el orden natural de las cosas nunca puede resultar bien.
Me fui a trabajar con la cámara (siempre conmigo), la guita y los tickets en mi carterita, al volver solo tenía que agarrar la valija y tomar un taxi. Todo perfectamente cronometrado para llegar con tiempo a la estación de tren y disfrutar cada momento del viaje y de mi nueva yo. Ilusa. La llave de la puerta se rompió dentro de la cerradura, tratar de abrirla me llevó más de media hora entre intentos vanos y llamados de auxilio. Vecinos de todas las nacionalidades en causa común conmigo y con mi puerta. No hubo caso. Ya no tenía más tiempo, había dos opciones: o viajar con lo puesto, o no viajar. Tuve que sacrificarme y viajar con lo puesto. Y tuve que volver a sacrificarme y comprar algo de ropa.
Evidentemente hay cosas que no cambian. Y sacrificados gustos que tampoco.

Mi primera palabra

Mi primera palabra fue, según dice mi madre, a los tres meses de edad. A pesar de su afirmación rotunda y categórica, me resulta tan inverosímil su relato que preferí adoptar la versión de los seis/siete meses (que por otro lado tiene más testigos) que cuenta que había aprendido a balbucear algunas palabras, y que a los ocho meses ya decía frases darwinianas tales como "mamá, banana, la nena", y otras más rudimentarias como "el tete, la nena" y "caca cola" (en alusión a mi dolorosa constipación infantil).
Lo que se hereda no se roba, según el refrán, y algo de eso debe haber ya que mi madre hablaba a los ocho meses también. Mi abuela dice que cuando iba con ella al cine, contaba la película: "Lo mata, ¡lo mata! ¡¡LO MATOOOOO!!". Evidentemente, la lengua afilada es una cuestión de familia (que no se malinterprete).
A lo largo de los años, los distintos profesores de idiomas que tuve siempre destacaron mi facilidad para las lenguas (algo de eso debe haber, ya que nunca estudié demasiado y sin embargo puedo hacer algo más que balbucear). Así pues, confiada en mi habilidad, no me acobardé cuando surgió la propuesta de venir a China a pesar de no hablar nada de chino. Sabido es que no hay nada mejor que aprender una lengua en el lugar donde se habla. Quieras o no, por contacto o por ósmosis (quién sabe...) frases, palabras y algunas expresiones son más fáciles de adquirir en el contexto diario que en el aula.
Cuando llegué no hablaba ni entendía nada. Ni una palabra. Los primeros días me manejaba con mesura, caminando solo a los sitios conocidos, y si tenía que ir a algún lado más lejos me procuraba una compañía o bien tenía a mano el teléfono de algún chino que pudiera ayudarme.
El primer viaje en colectivo lo hice con las chicas que me llevaron de paseo al museo. Como no tenía que prestar atención a dónde bajar, simplemente me relajé y disfruté del viaje. Me sorprendió escuchar la voz en off de una señorita que en cada parada anunciaba el destino arribado (supongo, porque lo decía en chino). Luego de varias experiencias acompañada, me animé a aventurarme por mi cuenta, y en esta oportunidad pude advertir una palabrita que se repetía en cada parada, algo que suena como "táola", con una 'o' casi tan abierta como la 'a' (muy abierta) y una ele superlateral. Practiqué la pronunciación en cada parada de todos los trayectos que hice, ignorando completamente el significado, pero intuyendo un "llegamos", "destino", un simple "acá" o algo así. Desconozco.
Una noche decidí tomar un taxi. Le mostré al conductor el papelito con mi dirección, que no es precisamente la de mi depto. sino la de la uni (que está cerca). Me pareció una buena oportunidad para balbucear mi palabrita deducida, así que unos metros antes de llegar a destino abrí mi bocota y la dije: "Táola". Sonó hermosa. Maravillosa. Musical.
Como el "Ábrete, Sésamo" de Alí Babá y los 40 ladrones, al pronunciar mi palabrita mágica el taxista se detuvo inmediatamente. Pagué el importe y con una sonrisa inmensa me bajé del auto feliz.
Tuve que caminar un poco hasta llegar al depto., pero el trayecto que hice andando me supo a gloria, ya que había aprendido a decir en chino, en apenas un mes, mi primera palabra.

El "piedra, papel y tijera" chino

Sabía que algunos de los juegos más tradicionales también tenían su correspondencia china: el ajedrez chino y las damas chinas son un ejemplo de esto. En la puerta del Carrefour o simplemente en la vereda, algunos señores sentados en sillitas playeras despliegan un tablero y, concentradísimos, ignoran a las multitudes que les pasan por al lado y solo tienen ojos para sus fichas.
Lo curioso de este ajedrez es que sus piezas no son las tridimensionales con las formas conocidas (caballo, alfil, peón, etc.), apenas son fichas con dibujitos arriba. Al principio creí que eran unas damas coquetas, lookeadas para la ocasión, algo kitsch (como todo acá), divinas. Pero no. Me dijeron que ese era el ajedrez versión china. Y también me contaron la simpática traspolación del "Piedra papel y tijera" que tanto me entretenía de pequeña. El juego es casi el mismo, lo que varía son los participantes: en lugar de la tijera que corta el papel, el papel que envuelve a la piedra, la piedra que rompe la tijera, los personajes que aparecen son un poco más sádicos, y el juego un poco más violento: el violador viola y mata a la mujer bonita, la mujer bonita mata al policía, y el policía mata al ladrón.
Ignoro cómo serán las versiones chinas del poliladron, el juego de la oca, las escondidas, la mancha o el más atrevido: el semáforo. Aunque dudo que este último sea popular en China, ya que el tránsito es un caos y los semáforos solo se encuentran en algunas avenidas, pero ese es otro capítulo...

Museo Provincial de Henan



Pavas pa'l mate


¡Extranjeros!


Budha de once caras y seis brazos


Un traje un poco pesado para vestir...


La gente le deja algunos yuanes...



¡Cantantes de ópera!


La imprenta


Ding dong


"Y el cielo y la tierra se separaron, y el mundo pudo ser".



http://www.chnmus.net/Template/home/chnmuse/index.html

Primera visita al zoológico de ZZ



Evidentemente llegué para la hora de la siesta...



¡Bambi!



Me parece que he visto un lindo gatito...



Coitus interruptus


y se enojaron nomás...




Hasta la próximaaaaaaaa!!!