Mis primeras semanas aquí me costó conciliar el sueño. A pesar de que las calles son inverosímilmente caóticas, los edificios están construidos de tal forma que están aislados del ruido. Ni una bocinita, ni una ambulancia, mucho menos protestas: solo silencio. Desesperante. Pero el otro día ocurrió algo que me despabiló, un ruido imprevisto que me despertó y me mantuvo desvelada intentando reconocerlo, un sonido lejanamente familiar y a la vez extraño. Lo primero que atiné a pensar entre sueños fue "¿Dónde mierda estoy?" (pregunta que se sigue repitiendo al menos una vez por semana). Sin abrir los ojos toqué a mi alrededor: estoy en una cama. El ruido persistía y mi duda se incrementaba. Encendí la luz y manoteé mis anteojos como pude: eran las 5 am. Me sentí relativamente aliviada al percatarme de que el sonido provenía de afuera, y en cuanto volvió el silencio apagué la luz y sumergí mi cabeza en la almohada. Ni dos minutos deben haber pasado que lo escuché nuevamente, y esta vez lo reconocí: a un desubicado, infeliz, desgraciado, insensato, desafortunado y malaventurado gallo se le había dado por cantar a las cinco de la mañana en el centro de la capital de la ciudad más poblada de China. ¿Un gallo? Sí, un gallo al que se le había ocurrido quiquiriquear en el medio de un complejo edilicio. Mascotas raras si las hay... Más que con una gomera me dieron ganas de salir con un cuchillo y hacerlo puchero o salpicón, pero desistí. En el fondo sentí algo de pena, ya que seguramente la cacerola sea uno de los tantos destinos que el pobre infeliz debe compartir junto con sus también desdichadas concubinas.

No volví a escucharlo.
QEPD.
Jejje, crónica de una muerte anunciada!!!
ResponderEliminarJa, pobrecito, los venden en todas las ferias. En Guilin vi algo asi: una señora que tomaba dos patitos vivos del cogote, se iba al fondo y volvía con los patitos listos para cocinar.
ResponderEliminarBeso, Fer