Motivación es la clave para tener éxito en cualquier tarea, por ardua que sea. Trabajo, gusto, necesidad, afición, amor, todo vale a la hora de emprender un nuevo desafío y que los resultados sean óptimos.
Al llegar a China me puse a estudiar el idioma, no tanto porque me motivara su dificultad ni porque particularmente me gustara, sino más bien por el aprieto en el que me veía cada vez que precisaba satisfacer cualquiera de mis necesidades básicas: comprar un kilo de manzanas, pedir arroz con pollo, ordenar la cerveza bien fría (en China no se toman bebidas frías y durante el invierno apagan las heladeras, con lo cual conseguir cualquier bebida fría es tan difícil como conseguir cerdo en un país musulmán como Turquía).
Al llegar a Estambul advertí con curiosidad algo que con el chino no me había pasado: me gustó la musicalidad del idioma. Solía quedarme en los negocios mirando las cosas no para comprar sino para escucharlos hablar. Algunos turcos (particularmente los hombres) tienen una pronunciación tan suave y tan dulce que me encanta y (confieso) me enamoró y me sigue enamorando.
Motivada entonces por el estilo de la lengua, me propuse aprenderla por mi cuenta. Lo primero que hice fue, por supuesto, recurrir a Internet. Abrí el primer link que me tiró la búsqueda "learn turkish online" y, lejos de encontrar lo básico e indispensable (saludos, números, etc.), descubro con sorpresa que en la ventanita "Useful words and verbs" el primer verbo que aparece es "besar" y el segundo, "casarse". No me tomó mucho tiempo comprender por qué "besar" y "casarse" son verdaderamente useful verbs en Turquía...
Los hombres turcos son, en su gran mayoría, intensamente encantadores. Son de los que abren puertas, corren sillas, ceden el asiento, te dejan pasar, te acompañan a tu destino, te ofrecen té, te invitan un trago, te regalan cosas, te sonríen, te chamuyan exquisitamente, etc. Y hacen eso enteramente con un único y claro objetivo: todos (salvo contadísimas excepciones) te quieren coger. Si te abren la puerta o te dejan pasar es para mirarte el culo, si te corren la silla o te ceden el asiento es para relojearte el escote en cuanto te sentás, si te acompañan a tu destino es para ponerte la manito en la espalda (y así, tener la excusa perfecta para poder tocarte), si te invitan un trago es para intentar aflojarte, y si te invitan té es para tener más tiempo para chamuyarte. Pasar por Turquía sin coger es tan difícil como ir por primera vez a París y no visitar el Louvre (aunque no te interese mucho el arte "hay que ir"). Es que es evidente: a los turcos les gustan las mujeres, no importa si son lindas, feas, flacas, gordas, jóvenes, no tan jóvenes, etc., y lo demuestran. Y tienen una inclinación aún más marcada por las extranjeras, en especial por las latinas. Es cierto que esta predilección no es exclusiva de los turcos, ya que (según mi modesta experiencia) en el imaginario masculino mundial las latinas clasificamos como "calientes y pasionales". Colombianas, brasileñas y argentinas somos, al parecer, las más cotizadas por ser dueñas de estos particulares dones. Presentarme como argentina es asegurarme al menos un trago gratis (siempre acompañado, sutilmente o no, de alguna otra invitación) y una sonrisa curiosa. En el caso de los turcos, no los culpo: yo soy tan exótica para ellos como ellos son tan exóticos para mí. Muy exóticos, por cierto...
A diferencia del chamuyo argentino, más sutil e histérico, el chamuyo turco es filoso, picante e incluye siempre, en algún momento de la charla, el verbo "casamiento", en cualquiera de sus variantes: ¿te casarías con un turco? ¿qué opinás del casamiento? ¿cuándo te vas a casar? El casamiento es, para los turcos, tan importante como coger, aunque no siempre las dos cosas vayan de la mano. Ignoro si será la represión religiosa, el poco estímulo visual, la cantidad de mujeres tapadas, lo que ocurre verdaderamente debajo del velo, o qué... pero hay algo picante que se desprende de sus intensas miradas en cada conversación. No es algo nuevo ni es algo turco (ya mi bisabuela española solía decir "Hombre: antes de meter, prometer; después de metido, nada de lo prometido"), pero sí es distinto. En una oportunidad, conocí a un turco que insistía en mostrarme una foto de su habitación, como si una cama de dos plazas a medio hacer y un plasma de 22" pudieran despertar en mí una pasión incontenible y el deseo irrefrenable de ir a esa habitación, acostarme en esa cama y ver una película (¿qué tipo de película?) en ese plasma. Ante mi desconcierto y mi carcajada, lo único que atiné a decir fue un "lo siento, no soy esa clase de chicas". Inmediatamente su rostro se transformó, se puso serio, guardó su teléfono, se tomó unos segundos y mirándome fijo a los ojos me preguntó: "¿Te convertirías al islamismo para casarte con un musulmán?". Ante mi rotundo NO volvió a sacar el celular y a mostrarme la foto. No hacía ni una hora que estábamos hablando.
Mi amiga J., oriunda de Canadá, conoció en un bar a un pibe (hijo del dueño), que nos invitó tragos, nos llevó a comer y nos pagó el taxi de vuelta a casa en varias oportunidades. A los tres o cuatro días de conocerse, él ya le decía "novia" y hablaba de un futuro juntos. Ella, asombrada y entre risas, no paraba de repetirnos: "We just hold hands!! But yeah... obviously I'm a good hand holder". La resistencia del muchacho a ponerse un forro en su primera noche juntos "because I want to have babies with you" precipitó el final de la incipiente relación, que de todas formas ya se perfilaba hacia un seguro fracaso.
Una tarde fuimos con J. de paseo a Üsküdar y yo aproveché para hacer algo de shopping. Entramos a una zapatería y me puse a conversar con el dueño, un joven vendedor que estaba ahora trabajando en la que había sido la tienda de su padre. Hablamos de la vida en Estambul, en Turquía, en Buenos Aires, en Tailandia, en China, en Canadá, mientras su madre nos ofrecía té y chocoloate y nos mostraba fotos de su familia y de su marido, al que con un desprecio bastante notable llamaba "Hitler". Me fui sin comprarle nada, con un monedero de regalo, una promesa de una cita (que nunca se cumpliría) y un inmenso arrepentimiento por haberle dado mi email, ya que seguría recibiendo sus correos con reiterados "no puedo olvidarte", "necesito verte", "no puedo dejar de pensar en vos" etc., hasta más de un mes después de los 45 minutos que duró nuestro encuentro.
Luego de algunas de estas historias (propias y ajenas) no me sorprendió tanto que el siguiente chico que conociera fuera casado, negara rotundamente su estado civil y alegara que las fotos en las que se lo veía de la mano con una novia (de las tapadas) vestida de blanco (con el lacito rojo) fuera "en una fiesta de disfraces". Sí, claro. Y yo soy Gatúbela.
Ignorando estas historias (¿o motivada por ellas?) continué en mi cada vez más curiosa búsqueda por aprender el idioma. Me sumé a algunos grupos de Facebook, como "Lear Turkish Everyday" y "Teach yourself Turkish", en los que a cada pregunta que hacía me llovían no menos de cinco mensajes privados de turcos (siempre hombres) deseosos de enseñarme el idioma a través de invitaciones a practicar mi turco y otras cosas... El grupo "Turco para hispanohablantes" fue, sin embargo, totalmente distinto. Un oasis en el que turcas y turcos que hablan español (muchísimos) e hispanoparlantes que estudian turco preguntan y responden dudas sobre la lengua con el único propósito de intercambiar experiencias idiomáticas. Un respiro lingüístico. Facebook, además de ser una red social muy útil en casos como estos, me sugirió otros grupos que también podrían interesarme, como ser "Latinas casadas o de novias con turcos" y "I married a Turkish man...and we are still together!!". Asombrada por los singularísimos nombres de estos grupos, tuve que hacerme de un tiempito libre para entrar a chusmear (costumbre turca por excelencia) y así continuar con mi investigación de mercado. Lo que allí encontré me dejó aún más perpleja: a las historias que ya conocía, se sumaron otras de latinas que conocen turcos por internet, con los cuales entablan una relación a distancia vía skype (a veces por dos o tres años), y que viajan a Turquía "para casarme con el amor de mi vidaaaaaaa" (sic) sin haberlo visto ni una vez en persona. Otras "más precavidas" que después de dos semanas de compartir tiempo real con sus "turquitos" (como los llaman) dejan todo "por amor" (familia, trabajo, hasta hijos...!!) para venir a encerrarse en una casa y a esperar que su "turquito" vuelva del trabajo, del bar, o de donde sea. Estos grupos parecen estar destinados a las relaciones entre turcos y latinas (o extranjeras en general), y hay también blogs y foros en los que las mujeres cuentan cómo es su relación a distancia por skype con su turco, los planes de ir a conocerlo, las aventuras y mayormente desventuras en sus relaciones, sugerencias en general, mujeres con el corazón roto, otras "experimentadas" dando consejos sobre cómo tratar con la familia, las diferencias culturales, las costumbres, advirtiendo que "las más duras batallas y cosas innombrables no se mencionan aquí, puesto que las que perdieron la lucha no están en el grupo y huyeron de Turquía" (sic). Otras contando historias que les contaron, como "turcos que quieren extranjeras para después convertirlas en turcas, obligándolas a usar el velo y a no salir de casa". Las que finalmente han cazado un especimen se muestran orgullosas y lo exhiben cual ejemplar de feria. Porque, hay que reconocerles el mérito, siendo extranjera cazar un turco es fácil, pero casarlo es otra cosa, aunque sean ellas, las casadas, las cazadas.
Entre tanto consejo y discusión, una de las cosas que me extrañó fue la omisión total y absoluta del tema sexual. La coreografía amatoria de un musulmán más o menos practicante no es igual que la de un cristiano (im)piadoso o de un ateo medio pelo. Estos dos últimos tienen ritmos más o menos parecidos, más o menos perversos, más o menos conocidos. El musulmán, no. Hay cosas que no se hacen, momentos en los que no se hace, y rituales que sí se hacen. Y aunque un musulmán de verdad no se casaría con una no-musulmana, me llamó la atención que el tópico no se tratara, aunque el sexo es otra de las tantas cosas que se esconde bajo el velo y todos pretendemos que no existe, como los innumerables "Erotik shop", las prostitutas y travestis a cualquier hora del día, las infidelidades, la falta de código tanto de hombres como de mujeres y, debajo de todo esto, la idea intrínsecamente islámica de que la felicidad trae consigo alguna desgracia y que ser un poco desdichado es más provechoso que ser afortunado.
En Turquía, son muy pocos los que se casan "por amor". El mandato social es tan imponente que hasta los más modernos se enfrentan ante esta disyuntiva. D., una turca copada de apenas 21 años, conoció a su novio español en un viaje que hizo a Barcelona. Hace dos años que están juntos pero su familia está en contra de este romance porque él, de 22 años, no tiene en sus planes casarse por ahora. S. está pensando en contraer matrimonio con O. porque él es un divino y le gusta mucho estar con él y "porque es lo que todo el mundo quiere", aunque no deje de fantasear y de preguntarse (y de lamentarse) cómo habría sido la vida con M. Ya en sus 30ypico, y después de ceder a las presiones familiares, E. se casó con I. porque a la hora de sentar cabeza quería "una esposa tranquila", no como las mujeres con las que estuvo engañándola a I. durante los 10 años que duró el noviazgo. Y por último, el más triste relato que tuve que escuchar (porque me toca de cerca): la madre de O. aceptó que su hijo de 28 años se fuera de viaje con la condición de que a los seis meses volviera y se casara con la mujer que ella, su madre, eligiera.
La pasión turca es intensa pero efímera. Puede durar los 90 minutos de un partido, las dos o tres horas de una cita o los tres primeros meses de una relación. Pero después se esfuma, se quema, y pareciera ser que no pudiera llegar a convertirse nunca en amor. Y sin embargo, en el fondo, yo siento que hay un perfume de desamor (como un resabio de que una vez lo hubo), un gusto amargo a nostalgia de un pasado que nunca ocurrió o de un futuro que no es posible, como si se hubieran ganado mil batallas pero a último momento se hubiera perdido la guerra.
Al principio me sentí identificada con la vehemencia de la pasión turca, y la vi como un fiel reflejo de mi cultura. Pero, curiosamente, el tiempo me permitió ver otras aristas de ese reflejo, y entender que nuestra pasión sí se conecta con el amor. Un hincha de Boca AMA a su club, una cita es el comienzo de algo, y si pasás los tres meses probablemente ya puedas empezar a llamarlo "novi@".
Una vez, estudiando Schubert (¿o era Schumann?) una directora me dijo que la pasión alemana es más bien mental, a diferencia de la italiana que es más visceral. Quizás sea un poco prematuro decirlo, pero intuyo que la pasión turca está más bien ligada con el destino: algo que está por encima de nosotros y que indefetiblemente no se puede cambiar. Y por eso, más que pasión, es drama.
Hay un refrán turco que dice "Dil dile değmeden, dil öğrenilmez", algo así como "no se puede aprender una lengua sin tocar otra lengua". Confieso que hoy por hoy algo de turco puedo hablar, todavía sigo teniendo ganas de aprender el idioma y me sigue gustando como suena, aunque después de algunas des-pasiones dramáticas ya no esté tan motivada como antes.
Al llegar a China me puse a estudiar el idioma, no tanto porque me motivara su dificultad ni porque particularmente me gustara, sino más bien por el aprieto en el que me veía cada vez que precisaba satisfacer cualquiera de mis necesidades básicas: comprar un kilo de manzanas, pedir arroz con pollo, ordenar la cerveza bien fría (en China no se toman bebidas frías y durante el invierno apagan las heladeras, con lo cual conseguir cualquier bebida fría es tan difícil como conseguir cerdo en un país musulmán como Turquía).
Al llegar a Estambul advertí con curiosidad algo que con el chino no me había pasado: me gustó la musicalidad del idioma. Solía quedarme en los negocios mirando las cosas no para comprar sino para escucharlos hablar. Algunos turcos (particularmente los hombres) tienen una pronunciación tan suave y tan dulce que me encanta y (confieso) me enamoró y me sigue enamorando.
Motivada entonces por el estilo de la lengua, me propuse aprenderla por mi cuenta. Lo primero que hice fue, por supuesto, recurrir a Internet. Abrí el primer link que me tiró la búsqueda "learn turkish online" y, lejos de encontrar lo básico e indispensable (saludos, números, etc.), descubro con sorpresa que en la ventanita "Useful words and verbs" el primer verbo que aparece es "besar" y el segundo, "casarse". No me tomó mucho tiempo comprender por qué "besar" y "casarse" son verdaderamente useful verbs en Turquía...
Los hombres turcos son, en su gran mayoría, intensamente encantadores. Son de los que abren puertas, corren sillas, ceden el asiento, te dejan pasar, te acompañan a tu destino, te ofrecen té, te invitan un trago, te regalan cosas, te sonríen, te chamuyan exquisitamente, etc. Y hacen eso enteramente con un único y claro objetivo: todos (salvo contadísimas excepciones) te quieren coger. Si te abren la puerta o te dejan pasar es para mirarte el culo, si te corren la silla o te ceden el asiento es para relojearte el escote en cuanto te sentás, si te acompañan a tu destino es para ponerte la manito en la espalda (y así, tener la excusa perfecta para poder tocarte), si te invitan un trago es para intentar aflojarte, y si te invitan té es para tener más tiempo para chamuyarte. Pasar por Turquía sin coger es tan difícil como ir por primera vez a París y no visitar el Louvre (aunque no te interese mucho el arte "hay que ir"). Es que es evidente: a los turcos les gustan las mujeres, no importa si son lindas, feas, flacas, gordas, jóvenes, no tan jóvenes, etc., y lo demuestran. Y tienen una inclinación aún más marcada por las extranjeras, en especial por las latinas. Es cierto que esta predilección no es exclusiva de los turcos, ya que (según mi modesta experiencia) en el imaginario masculino mundial las latinas clasificamos como "calientes y pasionales". Colombianas, brasileñas y argentinas somos, al parecer, las más cotizadas por ser dueñas de estos particulares dones. Presentarme como argentina es asegurarme al menos un trago gratis (siempre acompañado, sutilmente o no, de alguna otra invitación) y una sonrisa curiosa. En el caso de los turcos, no los culpo: yo soy tan exótica para ellos como ellos son tan exóticos para mí. Muy exóticos, por cierto...
A diferencia del chamuyo argentino, más sutil e histérico, el chamuyo turco es filoso, picante e incluye siempre, en algún momento de la charla, el verbo "casamiento", en cualquiera de sus variantes: ¿te casarías con un turco? ¿qué opinás del casamiento? ¿cuándo te vas a casar? El casamiento es, para los turcos, tan importante como coger, aunque no siempre las dos cosas vayan de la mano. Ignoro si será la represión religiosa, el poco estímulo visual, la cantidad de mujeres tapadas, lo que ocurre verdaderamente debajo del velo, o qué... pero hay algo picante que se desprende de sus intensas miradas en cada conversación. No es algo nuevo ni es algo turco (ya mi bisabuela española solía decir "Hombre: antes de meter, prometer; después de metido, nada de lo prometido"), pero sí es distinto. En una oportunidad, conocí a un turco que insistía en mostrarme una foto de su habitación, como si una cama de dos plazas a medio hacer y un plasma de 22" pudieran despertar en mí una pasión incontenible y el deseo irrefrenable de ir a esa habitación, acostarme en esa cama y ver una película (¿qué tipo de película?) en ese plasma. Ante mi desconcierto y mi carcajada, lo único que atiné a decir fue un "lo siento, no soy esa clase de chicas". Inmediatamente su rostro se transformó, se puso serio, guardó su teléfono, se tomó unos segundos y mirándome fijo a los ojos me preguntó: "¿Te convertirías al islamismo para casarte con un musulmán?". Ante mi rotundo NO volvió a sacar el celular y a mostrarme la foto. No hacía ni una hora que estábamos hablando.
Mi amiga J., oriunda de Canadá, conoció en un bar a un pibe (hijo del dueño), que nos invitó tragos, nos llevó a comer y nos pagó el taxi de vuelta a casa en varias oportunidades. A los tres o cuatro días de conocerse, él ya le decía "novia" y hablaba de un futuro juntos. Ella, asombrada y entre risas, no paraba de repetirnos: "We just hold hands!! But yeah... obviously I'm a good hand holder". La resistencia del muchacho a ponerse un forro en su primera noche juntos "because I want to have babies with you" precipitó el final de la incipiente relación, que de todas formas ya se perfilaba hacia un seguro fracaso.
Una tarde fuimos con J. de paseo a Üsküdar y yo aproveché para hacer algo de shopping. Entramos a una zapatería y me puse a conversar con el dueño, un joven vendedor que estaba ahora trabajando en la que había sido la tienda de su padre. Hablamos de la vida en Estambul, en Turquía, en Buenos Aires, en Tailandia, en China, en Canadá, mientras su madre nos ofrecía té y chocoloate y nos mostraba fotos de su familia y de su marido, al que con un desprecio bastante notable llamaba "Hitler". Me fui sin comprarle nada, con un monedero de regalo, una promesa de una cita (que nunca se cumpliría) y un inmenso arrepentimiento por haberle dado mi email, ya que seguría recibiendo sus correos con reiterados "no puedo olvidarte", "necesito verte", "no puedo dejar de pensar en vos" etc., hasta más de un mes después de los 45 minutos que duró nuestro encuentro.
Luego de algunas de estas historias (propias y ajenas) no me sorprendió tanto que el siguiente chico que conociera fuera casado, negara rotundamente su estado civil y alegara que las fotos en las que se lo veía de la mano con una novia (de las tapadas) vestida de blanco (con el lacito rojo) fuera "en una fiesta de disfraces". Sí, claro. Y yo soy Gatúbela.
Ignorando estas historias (¿o motivada por ellas?) continué en mi cada vez más curiosa búsqueda por aprender el idioma. Me sumé a algunos grupos de Facebook, como "Lear Turkish Everyday" y "Teach yourself Turkish", en los que a cada pregunta que hacía me llovían no menos de cinco mensajes privados de turcos (siempre hombres) deseosos de enseñarme el idioma a través de invitaciones a practicar mi turco y otras cosas... El grupo "Turco para hispanohablantes" fue, sin embargo, totalmente distinto. Un oasis en el que turcas y turcos que hablan español (muchísimos) e hispanoparlantes que estudian turco preguntan y responden dudas sobre la lengua con el único propósito de intercambiar experiencias idiomáticas. Un respiro lingüístico. Facebook, además de ser una red social muy útil en casos como estos, me sugirió otros grupos que también podrían interesarme, como ser "Latinas casadas o de novias con turcos" y "I married a Turkish man...and we are still together!!". Asombrada por los singularísimos nombres de estos grupos, tuve que hacerme de un tiempito libre para entrar a chusmear (costumbre turca por excelencia) y así continuar con mi investigación de mercado. Lo que allí encontré me dejó aún más perpleja: a las historias que ya conocía, se sumaron otras de latinas que conocen turcos por internet, con los cuales entablan una relación a distancia vía skype (a veces por dos o tres años), y que viajan a Turquía "para casarme con el amor de mi vidaaaaaaa" (sic) sin haberlo visto ni una vez en persona. Otras "más precavidas" que después de dos semanas de compartir tiempo real con sus "turquitos" (como los llaman) dejan todo "por amor" (familia, trabajo, hasta hijos...!!) para venir a encerrarse en una casa y a esperar que su "turquito" vuelva del trabajo, del bar, o de donde sea. Estos grupos parecen estar destinados a las relaciones entre turcos y latinas (o extranjeras en general), y hay también blogs y foros en los que las mujeres cuentan cómo es su relación a distancia por skype con su turco, los planes de ir a conocerlo, las aventuras y mayormente desventuras en sus relaciones, sugerencias en general, mujeres con el corazón roto, otras "experimentadas" dando consejos sobre cómo tratar con la familia, las diferencias culturales, las costumbres, advirtiendo que "las más duras batallas y cosas innombrables no se mencionan aquí, puesto que las que perdieron la lucha no están en el grupo y huyeron de Turquía" (sic). Otras contando historias que les contaron, como "turcos que quieren extranjeras para después convertirlas en turcas, obligándolas a usar el velo y a no salir de casa". Las que finalmente han cazado un especimen se muestran orgullosas y lo exhiben cual ejemplar de feria. Porque, hay que reconocerles el mérito, siendo extranjera cazar un turco es fácil, pero casarlo es otra cosa, aunque sean ellas, las casadas, las cazadas.
Entre tanto consejo y discusión, una de las cosas que me extrañó fue la omisión total y absoluta del tema sexual. La coreografía amatoria de un musulmán más o menos practicante no es igual que la de un cristiano (im)piadoso o de un ateo medio pelo. Estos dos últimos tienen ritmos más o menos parecidos, más o menos perversos, más o menos conocidos. El musulmán, no. Hay cosas que no se hacen, momentos en los que no se hace, y rituales que sí se hacen. Y aunque un musulmán de verdad no se casaría con una no-musulmana, me llamó la atención que el tópico no se tratara, aunque el sexo es otra de las tantas cosas que se esconde bajo el velo y todos pretendemos que no existe, como los innumerables "Erotik shop", las prostitutas y travestis a cualquier hora del día, las infidelidades, la falta de código tanto de hombres como de mujeres y, debajo de todo esto, la idea intrínsecamente islámica de que la felicidad trae consigo alguna desgracia y que ser un poco desdichado es más provechoso que ser afortunado.
En Turquía, son muy pocos los que se casan "por amor". El mandato social es tan imponente que hasta los más modernos se enfrentan ante esta disyuntiva. D., una turca copada de apenas 21 años, conoció a su novio español en un viaje que hizo a Barcelona. Hace dos años que están juntos pero su familia está en contra de este romance porque él, de 22 años, no tiene en sus planes casarse por ahora. S. está pensando en contraer matrimonio con O. porque él es un divino y le gusta mucho estar con él y "porque es lo que todo el mundo quiere", aunque no deje de fantasear y de preguntarse (y de lamentarse) cómo habría sido la vida con M. Ya en sus 30ypico, y después de ceder a las presiones familiares, E. se casó con I. porque a la hora de sentar cabeza quería "una esposa tranquila", no como las mujeres con las que estuvo engañándola a I. durante los 10 años que duró el noviazgo. Y por último, el más triste relato que tuve que escuchar (porque me toca de cerca): la madre de O. aceptó que su hijo de 28 años se fuera de viaje con la condición de que a los seis meses volviera y se casara con la mujer que ella, su madre, eligiera.
La pasión turca es intensa pero efímera. Puede durar los 90 minutos de un partido, las dos o tres horas de una cita o los tres primeros meses de una relación. Pero después se esfuma, se quema, y pareciera ser que no pudiera llegar a convertirse nunca en amor. Y sin embargo, en el fondo, yo siento que hay un perfume de desamor (como un resabio de que una vez lo hubo), un gusto amargo a nostalgia de un pasado que nunca ocurrió o de un futuro que no es posible, como si se hubieran ganado mil batallas pero a último momento se hubiera perdido la guerra.
Al principio me sentí identificada con la vehemencia de la pasión turca, y la vi como un fiel reflejo de mi cultura. Pero, curiosamente, el tiempo me permitió ver otras aristas de ese reflejo, y entender que nuestra pasión sí se conecta con el amor. Un hincha de Boca AMA a su club, una cita es el comienzo de algo, y si pasás los tres meses probablemente ya puedas empezar a llamarlo "novi@".
Una vez, estudiando Schubert (¿o era Schumann?) una directora me dijo que la pasión alemana es más bien mental, a diferencia de la italiana que es más visceral. Quizás sea un poco prematuro decirlo, pero intuyo que la pasión turca está más bien ligada con el destino: algo que está por encima de nosotros y que indefetiblemente no se puede cambiar. Y por eso, más que pasión, es drama.
Hay un refrán turco que dice "Dil dile değmeden, dil öğrenilmez", algo así como "no se puede aprender una lengua sin tocar otra lengua". Confieso que hoy por hoy algo de turco puedo hablar, todavía sigo teniendo ganas de aprender el idioma y me sigue gustando como suena, aunque después de algunas des-pasiones dramáticas ya no esté tan motivada como antes.
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"Kız Kulesi" o Torre de la Doncella |