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Lo primero que inspecciono de una casa, bar, restaurante o lo que sea es el baño. Me gustan los baños, siempre me gustaron. Podría elegir un sitio para vivir solo por su baño. Me he quedado dormida innumerable cantidad de veces en los baños. Creo que hasta podría vivir en un baño. Es el lugar más íntimo, más privado, más cenobita, en el que he hecho las más profundas reflexiones, las más absurdas promesas y las más ridículas confesiones. Amo los baños.
China ha cambiado algunos de mis gustos (o al menos los ha modificado); entre ellos, he perdido mi amor incondicional por los baños. Ahora solo me limito a hacer uso de las (inmundas) letrinas e intento permanecer el menor tiempo posible en los que son públicos. No más promesas, ni confesiones ni reflexiones: solo pis.
Como para revalidar esta nueva posición mía hacia el tocador, el último fin de semana me vi envuelta en la que hasta ahora fue mi desventura más infeliz en tierra oriental: me quedé encerrada en el sucio y maloliente baño de un pub.
Para poder continuar con los festejos que se venían desarrollando, me vi en la necesidad de hacerle una visita obligada. Me dirigí pues con premura al único cubículo disponible, cerré la puerta, puse la traba, me subí la pollera, me bajé las medias, me acuclillé y, dominando mi chorrito, liberé mi vejiga para nuevas bebidas. Todo en apenas unos pocos segundos. Terminado el trámite, procedí a deshacer lo hecho: me paré, me subí las medias, me bajé la pollera, y hasta ahí: la traba no se movía, no había forma de abrir la puerta. Desesperación, "esto no me puede estar pasando", tomé aire, "tengo que tranquilizarme", cerré los ojos, "no pasa nada", respiré hondo, "fue solo mi torpeza por salir rápido", tosí, "ay ay ay...", tuve un par de arcadas, "con suavidad", intenté otra vez correr la traba, "la reputa madre". No se movía ni un milímetro. "¿Y ahora?"
Grité, golpeé las paredes, pataleé, lloré, volví a gritar. Lo único que se escuchaba era la música del bar. "¿¡Y AHORA!?"
Me saqué mis coquetos aros, como si con ellos pudiera fabricar un destornillador que me permitiera aflojar la traba. Imposible. Medí a ojo las minúsculas aberturas existentes entre la puerta y el marco: apenas pasaría un cuchillo, pero sin el mango. Toqué sin asco y sin suerte todo lo que podía tocar. Nada.
¿Dónde conseguir en China un cerrajero a las 3 de la mañana? ¿Cómo llamarlo? ¿Cómo destrabar la puta traba que no se movía? ¿Con qué limar el metal de mierda? ¿Cómo hacen los presos para escapar? ¡¿Cuál fue mi delito?!
Analicé posibles situaciones, escenarios alternativos, vi pasar mi vida entera en ese cuchitril apestoso, claustrofóbica, viviendo la peor de las pesadillas, reflexionando sobre el porqué de mi mala fortuna, prometiéndome imposibles y confesándome más cagona y melodramática de lo que me pensaba. Creo que si hubiera podido, habría empezado a fumar, a drogarme, a picarme, la escena de Trainspotting pero en una letrina. Patético. Patética.
El tiempo que pasó hasta que otra vejiga estuvo a punto de reventar para mí fue eterno. Pero finalmente la salvación había llegado. Del otro lado alguien escuchó mis gritos, mi pedido de auxilio, y fue a buscar ayuda. En poco tiempo chinos y occidentales se acercaron a ver/escuchar el show, intentaron inútilmente abrirla, mi desesperación no cedía pero el alivio de saberla compartida me hacía sentir un poco mejor, ya no estaba sola, alguien estaba al tanto de mi misérrima existencia, de mi agonía.
Pedí un cuchillo, un cerrajero, un milagro. Y entonces del otro lado de la puerta lo escuché a J., en su perfecto inglés británico, decir: "Push the button".
"Push the button".
"Push the button".
Entendí todo.
"Push the button". Me acordé de Lost, me sentí "lost" (in translation), Dharma y Desmond, the Swan Station, Jack, Locke, Kate, Sawyer, Sayid, Ben, el campo electromagnético, el humo negro, los viajes en el tiempo, "the incident", el éxodo. Entonces eso hice, I pushed the button, ese minúsculo botoncito de mierda sobre la traba, lo único que no se me había ocurrido presionar, y la puerta se abrió y un mar de brazos se lanzaron sobre mí y yo sobre ellos y entre risas y lágrimas nos abrazamos y me invitaron un trago para olvidar el mal trago, y nos fuimos a otra dimensión sin trabas en las puertas de los baños, imaginando un paraíso de impolutos inodoros y música ambiental en una isla desierta.

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