Algún día vas a dejar de despertarte agitada en el medio de la noche sin saber a dónde estás. Vas a dejar de sentir el ruido de la madera crujir, y confundir los llamados a oración en cualquier bocina sorda. Un día te vas a despertar y te vas a dar cuenta de que no los escuchaste, ni hoy, ni ayer, ni anteayer, ni la semana anterior. Y lo que parecía increíble te va a pasar: los vas a extrañar. Vas a sentir un vacío y te vas a sentir un poco perdida, porque escucharlos ordenaba tu día, te ubicaba en tu espaciotiempo, te recordaba la hora que era, el lugar en donde estabas, de dónde venías. Cuando dejes de escucharlos, cuando las bocinas sean solamente ruido, perderás un poco el rumbo. Te costará ubicarte, porque tu espaciotiempo habrá cambiado en múltiples dimensiones, y los extrañarás. Harás un esfuerzo infinito por escuchar los cinco llamados musulmanes, y las campanadas vespertinas de la iglesia ortodoxa que tenías cerca, pero te resignarás a escucharlos solo cerrando los ojos y volviendo un poco tu alma ahí. Los judíos de tu nuevo barrio no hablarán ladino, no se perderán en conversaciones disparatadas con tu hijo, ni siquiera te mirarán. Los judíos de tu nuevo barrio te recordarán más a los musulmanes ortodoxos del barrio de Fatih, que te evitaban y te miraban como extraña por no ser una de ellos. No volverás a pisar un restaurante kosher porque ya no tendrás un vecino con quien continuar una de tus charlas ni le comprarás chucherías al eskici de la esquina porque no habrá eskici ni quien le haga regalitos a tu hijo.
Algún día ya no vas a tener esa sensación de no saber dónde estás, vas a poder ir al baño y salir sin sentir que pasaste por un pasadizo y que te encontrás de repente en tu otra casa, la vieja, la que dejaste atrás cuando te fuiste apurada. Te vas a acostumbrar, y vas a dejar de comparar tu patiecito de ahora con el pequeño parque que tenías "allá". Algún día, aunque no lo creas, aunque ahora te parezca imposible, vas a olvidar el aroma de tu árbol de laurel y las hojas que barrías a granel cada vez que llovía. Vas a poder entrar y salir de una habitación a la otra y levantar una media sin transportarte de repente a la ciudad que te cautivó apenas la viste. Vas a dejar atrás esa certeza que tuviste de haber nacido allí en otra vida, porque habrás vivido mil y una vidas entre sus calles, colinas y pasajes secretos. Es cierto, no podrás volver a admirar desde la altura su agónica belleza, pero agradecerás caminar en la más lisa de las llanuras cuando vuelvas con la compra del súper y el carrito no se te vaya barranca abajo. Podrás encontrar belleza en tu nueva ciudad, que no es tan nueva, aunque para vos sí lo sea porque habrá cambiado, tanto o más como lo hiciste vos.
Te sentirás extranjera entre compatriotas, pero volverás a construirte una identidad fruto de todos los lugares que dejaron huella en tu alma: serás otra vez argentina, un poco china, algo tailandesa, un cachito griega y bastante turca. Vas a poder volver a hablar tu idioma sin mezclarlo con otros dos y podrás decir "sopa" en lugar de "çorba" (aunque a la mercimek çorbası no te atrevas a castellanizarla por miedo a que pierda su sabor). Te dará mucha pena que la dimensión del geçmiş olsun apenas pueda traducirse por un "que te mejores", y se te escapará el yani al final de cada frase por mucho tiempo, por más que tenga un equivalente en tu lengua.
Un día podrás irte a la cama, cerrar los ojos y dejar de escuchar las peleas de los gatos afuera. Ya no cocinarás más un salmón entero ni separarás las cabezas de los pescados para dárselas a Misifú y a los gatos de la cuadra, en su lugar maldecirás a uno y cada uno de los dueños de los perros por no levantar la mierda, y las gaviotas se transformarán en palomas que te cagarán en el momento más inoportuno. No habrá cuervos que coman tus tomates, ni ganas de plantarlos. Tu etapa de jardinera se habrá enterrado en la última maceta que dio sus frutos.
El paisaje de tu nuevo barrio ya no será una postal de colección pero aprenderás a caminarlo y a descubrir su belleza en las casas antiguas, en las veredas anchas, en los graffittis. Te gustará ver el despilfarro de los chicos jugando en las plazas y te causará gracia pensar la desesperación que sentirían los turcos si los vieran corriendo en patas. Te habrás librado del çok soğuk, ya! y de la constante preocupación por un terremoto que lo destruirá todo. Ya no analizarás una y cada una de las grietas en todas las paredes ni te armarás un plan de escape en caso de que eso suceda, y podrás desinstalar de tu teléfono todas las aplicaciones que te avisaban con alarmas horrorosas que tu peor pesadilla estaba pasando. Podrás volver a ser elocuente y a argumentar sin tener que estar buscando las palabras, y volverás a entender el sentido del humor que allá te perdías. Te dará gusto escuchar a un pibe canturrear a Soda o a Charly y podrás volver a bailar entendiendo qué dice la música.
Poco a poco te irás acostumbrando hasta que finalmente un día Estambul sea cosa del pasado.
Pero por mucho tiempo, quizás para siempre, en algún momento algo te transportará allá y te preguntarás cómo estará tu barrio, tu calle, tus vecinos, tu casa, tu otra mitad... Y la respuesta vendrá acopañada de la canción que mejor describe la atmósfera de la ciudad donde quedó eternamente un pedazo tuyo: İstanbul hüzün bugün.
Beş dakikada bir motorunun acelesine inat biniyorum meçhule (Cada cinco minutos me subo a lo desconocido, a pesar del apuro del barco)
Ardımda martılar telaş (Las gaviotas revolotean arriba mío)
Bırakıp gitmek var şimdi seni yarim (Tengo que dejarte ahora mi amor)
Dört yan ezan (El llamado a la oración en todas partes)
Vapur boğaz (El ferry, el Bósforo)
Gozlerin bu kadar mı iki hüzün? (¿Tanta tristeza tienen tus dos ojos?)
Ellerin İstanbul bugün (Hoy tus manos son las de Estambul)