Historia de taxi


Siempre digo y repito que vine a China en el momento justo. Quería viajar, trabajar en otro país, vivir en otra cultura, y de repente ¡ZAS! me cayó China como por arte de magia. Creo que el hecho de haber deseado tanto un viaje y la oportunidad que la vida me dio hicieron que pudiera adaptarme sin  inconvenientes a una cultura tan descabelladamente opuesta a la mía. No sufrí el famoso "shock cultural" del que tanto se habla (y que muchos padecen o padecieron), ni tuve homesickness ni nada parecido, e incluso la luna de miel me duró todo mi primer año (caramba... pensar que ya voy por el segundo!).
Nunca me sentí "de otro planeta" (a pesar de tener la certeza absoluta de que tendría más cosas en común con marcianos y/o jupiterianos que las que tengo con los chinos) y mi adaptación fue casi inmediata.
Sin embargo, a lo único a lo que todavía no puedo acostumbrarme es a los viajes en taxi. Hablé con mucha gente que había viajado a China antes de venirme, leí algún que otro blog de viajeros, hice la consabida búsqueda en San Google, pero en ningún lugar leí o escuché historias sobre taxis. Incomprensible. Alguno podrá preguntarse "¿Qué es lo que tiene de especial un viaje en taxi?". Pues bien, aquí los viajes en taxi son todo un viaje.
Vamos por partes. En primer lugar, el auto en sí. Según me dijeron, hay una ley que prohíbe que los coches que circulan por la ciudad tengan más de 10 años (o algo así), razón por la cual en la calle uno puede encontrarse con modelos nuevísimos y no con las coquetas batatas tan comunes que desfilan por Buenos Aires. Acá abundan los Audi, las marcas japonesas (Honda, Mazda, Nissan, Toyota), las Ferraris, los Lamborghinis, los Maseratis, pero ningún Fiat 147 o Peugeot 504. La excepción a esta regla son los taxis. Son todos iguales. Y son todos viejos.
La segunda particularidad es su interior: una reja que separa la cabina del conductor del asiento del pasajero. 


Inútil, ya que otra de las singularidades propias de este sistema de transporte es que el pasajero suele sentarse adelante, en el lugar del acompañante. En Beijing y en Shanghai he visto paneles que cubren totalmente al conductor, de manera tal que este queda completamente aislado del copiloto y de los pasajeros de atrás. Ignoro el motivo de esta pequeña cárcel, pero estoy segurísima de que no es por los robos (ya que aquí casi no hay). Si tuviera que arriesgar un por qué, diría que es para salvaguardarse de la agresividad del pasajero. Agresividad que, es necesario aclarar, despiertan, estimulan, potencian y exacerban los propios taxistas. Decidí aprender algunas "malas palabras" con el único propósito de poder comunicarme con estos perversos seres siniestros y que puedan entenderme. Los detesto. Sacan lo peor de mí, una furia ancestral y primitiva, un aborrecimiento visceral, un desprecio profundo. El único momento en el que siento el 'shock cultural' es cuando estoy arriba de estos autos color verde musgo. Si Arjona se hubiera tomado un taxi en China, jamás habría escrito esa pedorrísima canción del taxista y la minita. Un ritmo más propio sería algo tipo Sepultura, o un Metallica de la época de "Kill 'em all" o "And justice for all". Trash heavy.
Como todavía no hay subtes y los colectivos son un caos y dejan de circular entre las 9 y las 10 de la noche, me veo obligada a usar este medio de transporte con más frecuencia de lo que quisiera. Y siempre, siempre pero siempre me estreso.
Son funestos los sujetos que arriba de sus autos verdes o rojos pululan por la ciudad levantando víctimas, no clientes. No circulan del lado de la vereda, por lo que para tomarlo uno tiene que esquivar autos, bicis y/o motos para agitar frenéticamente la mano con el fin de que te vean y paren, y correr para que otro pasajero no te robe el vehículo que tanto te costó conseguir. Algunos tacheros te preguntan, antes de subirte, a dónde vas. Si les cabe tu destino, te llevan. Si no, no. A veces te explican que van a comer, que no conocen la dirección o que están terminando el turno y no les queda de camino a casa. Otros simplemente arrancan y se las toman. Luego de varias experiencias, aprendí que la única forma de 'asegurarme' el viaje es primero entrar y después decir a dónde voy, lo cual puede resultar peligroso ya que no todos los taxistas conocen la ciudad. De hecho, muchos no la conocen. Los más sinceros llaman desde su celular a una operadora o a un colega y preguntan cómo llegar. Otros ponen primera y ¡jodete! te llevan de paseo pi-pi-pi y un viaje que te costaría 15 yuanes terminás pagándolo 40. Estos despreciables sujetos merecen una mención aparte, ya que por ser extranjera deciden 'mostrarme' la ciudad de norte a sur, de este a oeste, de embotellamiento a congestión, y un viaje 'en L' (todo derecho para luego girar) termina siendo un recorrido por todo el abecedario. A esos son a los que más aborrezco y con ellos es con quienes practico 'mis palabritas nuevas'.
También están los que, a pesar de que el relojito corre haya o no haya tráfico, se niegan rotundamente a llevarte a esquinas que los hagan transitar por tediosos atascos, motivo por el cual es ridículamente necesario mentirle al taxista para que acepte el viaje (o sea, decirle otra dirección) y, una vez dentro del vehículo, darle las indicaciones pertinentes para llegar al destino que te costará no solo el importe que el taxímetro señala sino también las puteadas del conductor por haberle hecho perder tiempo dentro de su coche. Insólito.
Tampoco faltan aquellos que te dejan a dos o tres cuadras del lugar al que vas y te dicen "caminá". ¡Si me tomo un taxi es porque no quiero caminar! Otros, directamente, ni se toman el trabajo si el viaje es corto.
Un taxista que te lleve a tu destino sin pasearte por toda la ciudad es un milagro. Son raros ejemplares, generalmente simpáticos, que tratan de entablar una conversación, que te preguntan de dónde sos y te hablan de lo poco que conocen de tu país (como Malvinas o Maradona y su 'mano de dios', comentarios que un inglés tuvo que escuchar entre mis carcajadas y las del taxista picarón que disfrutó cándidamente de meter el dedo en la llaga). No abundan estos personajes, y los momentos en los que más lamento no poder hablar chino es cuando me encuentro con uno de ellos. Una verdadera pena.
Una vez, a las pocas semanas de llegar, me subí a un taxi (al lado del conductor), le mostré la dirección de mi destino escrita en una libretita y hacia allí partimos. El taxista, un chino simpático bastante joven, quiso entablar una conversación, pero en esa época mi limitadísimo vocabulario se reducía a un tīng bù dǒng (literalmente 'escucho pero no entiendo'). Frustrado luego de varios intentos, puso la radio para matar el silencio, con tanta suerte que empezó a sonar la única canción china que conocía, y me puse a tararearla. Emocionadísimo, retomamos el diálogo: él en chino, yo en español. No funcionó. Probó escribiéndome algo en mi libretita. Menos que menos. Llegamos a destino, entre risas y señas le pagué, nos despedimos, se fue tocando bocina, me fui caminando con una sonrisa. Al otro día le pedí a un estudiante que me tradujera lo que el taxista me había escrito. Se sorprendió cuando leyó el mensaje, y más me sorprendí yo cuando me enteré del contenido: "has tocado mi corazón, tu voz es hermosa, vos sos hermosa, estoy enamorado". No sé si habrán sido sus palabras o habrá sacado letra de algún Arjona chino (que abundan), lo cierto es que cada vez que me subo a un taxi sé que voy a tener una historia para contar. A veces de terror, a veces digna de una pedorra canción de amor.

2 comentarios: