Sex and the cities

Tengo la sensación de que hace SIGLOS que vivo acá, ya estoy tan instaladísima que a veces a los chinos ya no los veo más "chinos": les veo los ojos gigantes, las narices prominentes, los cuerpos fornidos, hasta que los escucho hablar y obviamente vuelvo a la realidad: algunos podrán tener los ojos un poco más grandes, pero incluso siendo más grandes que los míos (que son bastante chiquitos, por cierto) siguen conservando los rasgos chinos.
Ante este comentario, la pregunta que más me suelen hacer es: "¡Ah! ¿Ya te empezaron a gustar?" La respuesta por ahora viene siendo la misma: "No".
Por suerte hay una gran variedad de extranjeros de muchas otras partes del mundo, de todo tipo, color, forma y religión con los que me entretengo.
El otro día mi amiga L. me sugirió que comprara un mapamundi y que pusiera una marquita en cada país a cuyo representante me volteara. No creo que me dé el tiempo (ni el cuero!) para marcar todos los países, pero por lo menos ya tengo el mapita y las chinches para empezar la carrera.
Es un buen comienzo.

Volver... para volver

Estaba un poco enojada cuando me fui. No me costó dejarte, y creo que fue precisamente eso lo que más me molestaba. Había perdido mi pasión por vos y la sorpresa por las cosas que siempre me ofrecías. Tantos años me estaban ahogando y me di cuenta de que necesitaba espacio, tiempo, separarme de vos, pensarte, odiarte, extrañarte, volver a quererte, encontrarte, encontrarme.
Tengo que confesarte que en estos diez meses te fui infiel. Muchas veces te fui infiel. Y sin culpa te lo digo, porque vos también fuiste bastante hostil conmigo y me lastimaste. Mucho me lastimaste. Sin embargo me fui sabiendo que volvería, y con la certeza de que (a tu modo) me estarías esperando.
No sabía con qué me iba a encontrar al regreso, cómo ibas a recibirme, si te reconocería. Fantaseé mil veces con nuestro reencuentro y hasta llegué a pensar que quizás habías perdido tu encanto, y que mi amor ya no iba a ser el mismo. Pero cuando te vi, inmediatamente me volví a enamorar. Tenés una magia misteriosa y una cierta ingenuidad que te distinguen, bagatela infantil de creerte más grande de lo que sos, como una quinceañera vanidosa llena de acné o la presumida rosa del Principito. Sos contradictoriamente hermosa y odiosa a la vez, un arcoiris de grises perlados y un cielo azul que encandila, música en las calles y ruido en las esquinas.
Me viste nacer, aprender a caminar, escuchaste mis primeros balbuceos y te sonrojaste años más tarde con las barbaridades que me oíste decir. Me viste crecer y también vos creciste. Pero te volviste mala, agresiva. Y entonces dejé de bailar por las vías muertas del tren, de jugar en las plazas, de dormirme al sol sobre el pasto de tus parques y levantarme con tu brisa húmeda despeinándome. Hasta te llegué a tener miedo y te odié por eso. Pero no fue tu culpa. Te violentaron y te violaron los que te esquilmaron y te pusiste agresiva, perdiste un poco tu risa y a mí se me fue el ritmo de tu tango milonguero.
Sin ganas de seguir remando en el fango, y cansada de arrastrar los pies, me fui. Cambié de barrio, de país y de nostalgia, y me encontré extrañando lo que por capricho había abandonado. A la distancia te idealicé, me llené la boca hablando de vos, de tu pinta, de tu música, de tus aires. Y cuando estaba llegando la fecha me puse todavía más ansiosa. Entonces volví: a mis entrañas, a tus esquinas, a mí misma. Milongas, zambas, empanadas y vino tinto. Risas, quejas, vehemencia y desparpajo bajo un cielo de cuarzo.
Y otra vez me volví a ir, aunque ya no escapando ni enojada, y hasta me costó un poco dejarte. Me fui con la promesa de volver, con la certeza de saberte entrañablemente mía y de sentirme por siempre tuya. Porque este volver a irme ya no es tan lejano, porque volví a vos y me voy sabiendo que te llevo en los ojos curiosos que te comparan con orgullo y te encuentran parecida y distinta en cualquier rincón. Volví para encontrarme y vuelvo a irme para buscarte en otras esquinas vacías o llenas de voces que no te conocen todavía, ni saben de lo contradictoria que sos ni del cliché de tu nostalgia (que también es la mía).
Volví para saber que no importa a dónde vaya siempre estoy llegando.