en mí
Plaza de Mayo, el cielo azul, las nubes blancas con formas locas, la música en la calle, las librerías de Corrientes, la 9 de Julio, los adoquines de San Telmo, la cerveza helada, los helados, Avenida de Mayo, las carcajadas, los gritos, los silencios, los insultos, las alegrías y los llantos, la nostalgia, los abrazos, el amor infinito de/a mi vieja, Tali, mis amigas, mis amigos, las cúpulas de los edificios, los bondis de vuelta a las 7 de la mañana, las ojeras, los taxistas, el tango, los chicos pidiendo en la calle, los teatros, las empanadas, los mates compartidos, los bizcochitos y las medialunas, un buen tinto, el baile, la caca de perro, las veredas, el Congreso desde mi balcón, los pungas, los chorros, los piropos, los paseos en bici por la costanera, el sándwich de bondiola, el choripán, mi música, los ensayos, las funciones, el Colón y el Argentino, el 60, mi terapia, la radio, el fernet, el 24 de marzo, los piquetes, las marchas, los kioscos abiertos toda la noche, el alfajor, mi idioma, el doble sentido, los chabones, el chamuyo, las minitas, los garcas, el café, la madrugada, el ruido de los autos, los boludos, Once, la pizza de Burgio, los cartoneros, las quejas, los grafitis, los hijos de mis amigos, mi amigas mamás, Bariloche, las sesiones de fotos, las vueltas a la plaza, el living de Liu, falta envido y truco, los pequeños grandes logros, remarla, el desenfreno, las contradicciones, en fin... el brillo de mis ojos y todo lo que soy y que perfuma mi piel dondequiera que vaya.
La fruta prohibida
Después de comer nos quedamos un rato largo haciendo la consabida y siempre bien ponderada sobremesa dominguera, algo totalmente desconocido por estos lares. Una vez un alumno (no recuerdo de dónde) me dijo que no conocía la palabra en su idioma para "ojeras", y que en Buenos Aires la había aprendido al poco tiempo de haber llegado (según él, los porteños somos trasnochadores y portadores de suculentas "ojeras"). Creo yo que no debe existir en chino la palabra "sobremesa": los chinos no hacen sobremesa, cuando terminan de comer (apuradísimos) se echan a dormir una siestita ahí donde están o se levantan y se van. No hay espacio para la charla boba o reflexión alguna: si el propósito es ir a comer, después de comer no hay nada más que hacer allí. Ajenos a esta costumbre, nos quedamos (por lo menos) una horita más digiriendo lo que había sido nuestro almuerzo. A falta de café, algunos pidieron té. Y yo, desafiante, pedí una manzana. El pánico y la sorpresa se apoderaron de la camarera:
-¿Té de manzana?
-No, una manzana.
-¿Jugo de manzana?
-No, no, una manzana.
-¿Licuado de manzana?
-No, no, no, una manzana.
Desconcierto. Asombro. Estupor. La cara se le iba transformando. Lo que le estaba pidiendo no podía ser real. Arremetió otra vez, segura de que había habido algún error en la comunicación:
-¿Té de manzana? ¿Jugo de manzana? ¿Licuado de manzana?
-No, no, no, no, una manzana!
Pasmada, fue a pedir ayuda. El encargado del local y otras dos camareras se acercaron:
-Quiero una manzana.
Se miraron. No daban crédito a lo que sus oídos escuchaban.
-¿Té de manzana? ¿Jugo de manzana? ¿Licuado de manzana?
-NO, UNA MANZANA!!!
Desde mi total y absoluta ignorancia acerca de esta increíble cultura, a veces pienso que no importa cuán rápido y lejos puedan llegar, el lugar de destino es el mismo; las comunicaciones podrán haberse desarrollado infinitamente, pero el mensaje sigue siendo el de siempre. Y en muchos aspectos salirse de lo establecido es visto como algo osado, sorprendente, sorpresivo, transgresor, peligroso, provocativo.
-¿Una manzana?
-Sí, por favor.
-...
-Y un cuchillo.
Tres pares de ojos chinos se abrieron tan grandes como los del animé.
-¿Quiere la manzana cortada?
-No, gracias. Quiero una manzana y un cuchillo.
Bastante difícil me había resultado pedir la manzana, así que opté por ni intentar decirle que la quería pelada. Con un cuchillo me las iba a poder arreglar yo solita. Así pues, azorados, se retiraron balbuceando vaya uno a saber qué. La revolución que causó mi pedido se extendió al resto de los comensales, que cogoteaban para ver quién había hecho semejante encargo. De la ventanita que daba a la cocina se asomó el chef, y el encargado y las camareras discutieron algo con él. Terminada la asamblea, la camarera escogió con esmero la mejor manzana que tenía en la frutera, me trajo un platito, lo apoyó en la mesa, puso sobre él la manzana y luego, con cuidado y con temor, tomó de su bandeja la cuchilla afiladísima de unos ¿30 cm? que el cocinero le había dado. Nos miramos asombradas. Ella, curiosa, quería saber qué iba a hacer yo con el cuchillo; yo, estupefacta, me preguntaba cómo iba a pelar la manzana sin rebanarme los dedos. Eva y la serpiente en un Edén bastante particular, y el pecado de la transgresión a punto de cometerse.
Finalmente pude pelar la manzana sin mayores inconvenientes, pero aprendí que para evitar ciertos riesgos en lugares públicos algunas frutas (me) están prohibidas.
-¿Té de manzana?
-No, una manzana.
-¿Jugo de manzana?
-No, no, una manzana.
-¿Licuado de manzana?
-No, no, no, una manzana.
Desconcierto. Asombro. Estupor. La cara se le iba transformando. Lo que le estaba pidiendo no podía ser real. Arremetió otra vez, segura de que había habido algún error en la comunicación:
-¿Té de manzana? ¿Jugo de manzana? ¿Licuado de manzana?
-No, no, no, no, una manzana!
Pasmada, fue a pedir ayuda. El encargado del local y otras dos camareras se acercaron:
-Quiero una manzana.
Se miraron. No daban crédito a lo que sus oídos escuchaban.
-¿Té de manzana? ¿Jugo de manzana? ¿Licuado de manzana?
-NO, UNA MANZANA!!!
Desde mi total y absoluta ignorancia acerca de esta increíble cultura, a veces pienso que no importa cuán rápido y lejos puedan llegar, el lugar de destino es el mismo; las comunicaciones podrán haberse desarrollado infinitamente, pero el mensaje sigue siendo el de siempre. Y en muchos aspectos salirse de lo establecido es visto como algo osado, sorprendente, sorpresivo, transgresor, peligroso, provocativo.
-¿Una manzana?
-Sí, por favor.
-...
-Y un cuchillo.
Tres pares de ojos chinos se abrieron tan grandes como los del animé.
-¿Quiere la manzana cortada?
-No, gracias. Quiero una manzana y un cuchillo.
Bastante difícil me había resultado pedir la manzana, así que opté por ni intentar decirle que la quería pelada. Con un cuchillo me las iba a poder arreglar yo solita. Así pues, azorados, se retiraron balbuceando vaya uno a saber qué. La revolución que causó mi pedido se extendió al resto de los comensales, que cogoteaban para ver quién había hecho semejante encargo. De la ventanita que daba a la cocina se asomó el chef, y el encargado y las camareras discutieron algo con él. Terminada la asamblea, la camarera escogió con esmero la mejor manzana que tenía en la frutera, me trajo un platito, lo apoyó en la mesa, puso sobre él la manzana y luego, con cuidado y con temor, tomó de su bandeja la cuchilla afiladísima de unos ¿30 cm? que el cocinero le había dado. Nos miramos asombradas. Ella, curiosa, quería saber qué iba a hacer yo con el cuchillo; yo, estupefacta, me preguntaba cómo iba a pelar la manzana sin rebanarme los dedos. Eva y la serpiente en un Edén bastante particular, y el pecado de la transgresión a punto de cometerse.
Finalmente pude pelar la manzana sin mayores inconvenientes, pero aprendí que para evitar ciertos riesgos en lugares públicos algunas frutas (me) están prohibidas.
Smells like teen spirit
La llegada del frío trae nuevos productos a las góndolas de los supermercados, como calentadores eléctricos (para ambientes, espalda, cuello, pies, etc.) y otras cosas para pasar el crudo invierno. Lamentablemente, también salen de circulación artículos de primera necesidad: desodorantes antitranspirantes. Como ya de por sí son difíciles de encontrar, me vengo proveyendo de unos cuantos roll-on desde hace rato, pero en mi afán de continuar con mi stock noté la falta absoluta de ellos. Pregunté el motivo, me asombró la respuesta. "En invierno se transpira poco, se usa mucha ropa y el olor no se siente... ¡No es necesario!"
Supongo que el frío no solo congela narices, sino que también las vuelve poco perceptivas. Al menos eso espero.
Supongo que el frío no solo congela narices, sino que también las vuelve poco perceptivas. Al menos eso espero.
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